viernes, 11 de septiembre de 2009

Túpac Amaru San Isidro Pentecostés

Durante los últimos treinta años he vacilado muchas veces en escribir este artículo sobre Túpac Amaru–San Isidro–Pentecostés. Lo fundamental fue descubierto en 1975 por mí durante un viaje al Cusco acompañado por Wilfredo Loayza uno de los grandes fotógrafos andinos en la línea de Chambi, Guillén, Nishama. Ahora mismo todavía dudo en escribirlo aunque siento que de no hacerlo puedo estar cometiendo un error perjudicial para los actuales gestores de la cultura andina popular.
Por otro lado los conocimientos que ahora transmito tenían ya antecedentes parciales fragmentados y que eran anteriores a mi descubrimiento del Cusco 1975; me refiero a dos afirmaciones aisladas de José María Arguedas: 1º El toro es el Amaru; 2º Túpac Amaru es San Isidro. Nada más dijo Arguedas. Pero eran antecedentes que yo desconocía en 1975, lo cual no tiene importancia ya que, una vez más, hay que admirar el conocimiento íntimo que Arguedas tenía de lo andino.
Además, las investigaciones sobre la cultura popular andina han venido acercándose a los temas que ahora presento. A ese respecto hay que mencionar los estudios de K. Seibold 1992 sobre los estilos y la cosmología de Choquecancha (Cusco). De acuerdo a los resúmenes que conozco por Internet parecería que Seibold se refiere no al tema de San Isidro sino a la representación en algunos textiles cusqueños de la tortura de Túpac Amaru jalado por cuatro caballos. Estos mismos textiles incorporan a veces algún otro tema tupamarista: el sombrero (no sé si es mencionado por Seibold). ¿Incorporado desde un afiche de Sinamos 1971? O al revés. Pueden haber ocurrido diversos préstamos en ida y vuelta Sinamos–Tejidos populares. El prejuicio político contra el régimen de Juan Velasco Alvarado impide hasta ahora conocer esas propuestas estético–ideológicas.
Empecemos por describir nuestras experiencias tales como fueron ocurriendo: En mi viaje de 1975 visité el estudio fotográfico de Nishama en Cusco y encontré una fotografía donde aparecían varias acémilas llevando bultos encima de los cuales flameaba una bandera peruana. Esa fotografía según Nishama representaba las celebraciones en honor a San Isidro en las provincias altas al sur del Cusco. ¿Qué relación podría haber entre San Isidro Labrador y las acémilas de carga? Pregunté entonces en qué fecha celebraban las fiestas de San Isidro. Nishama me respondió que se iniciaban el 17–18 de mayo. De pronto, de inmediato, casi eléctricamente, advertí la conexión: 17–18 de mayo no solo era la fiesta de San Isidro coincidía además con el día en que fue ejecutado Túpac Amaru (18 de mayo de 1781). Recordé asimismo la semejanza, la identidad, entre la acémila con bandera fotografiada por Nishama y una acuarela de Angrand dibujada en 1837 donde aparece una mula de arriero cargando petacas y con una bandera peruana encima del equipaje. Hubo una conexión múltiple inmediata que me dejó aturdido sin atreverme a comentarla ni a Nishama o Wilfredo Loayza: San Isidro era celebrado en esas festividades andinas no por sí mismo sino en representación de Tupac Amaru debido a las similitudes de fechas que acabo de mencionar. La presencia de las acémilas con banderas era un modo de jugar casi sobre el abismo y con ostentación. Porque constituía una figura claramente asociada a las actividades económicas de Túpac Amaru dueño y gestor de una próspera empresa de arrieraje en el sur andino.

Pero eso no fue todo. Ese mismo día en la noche recorrí la Plaza Mayor del Cusco. En uno de sus portales encontré una manta (lliclla) donde aparecían las figuras que por primera vez con mérito absoluto han sido estudiadas y publicadas por K. Seibold. Advertí de inmediato que además de los “caballos” que intervienen en la ejecución de Túpac Amaru aparecían las figuras de otros “caballos” con una bandera encima del lomo que (según mi interpretación) nada tenían que ver con la ejecución en sí misma y que más bien coincidían con la interpretación arriba reseñada: Los caballos con bandera de esos tejidos evocaban a las acémilas de transporte propiedad de Túpac Amaru.
No deja de asombrar la audacia y la provocación simbólica. Quienes decidieron establecer esas relaciones San Isidro/Túpac Amaru nada ocultaron. Su mejor defensa, su mejor disfraz, era no ocultar sino exhibir casi con ostentación los símbolos, los hechos. Lo cual no es un procedimiento ingenuo, “popular” sino muy sofisticado; que no podemos adjudicar a las tejedoras andinas que reprodujeron los primeros modelos básicos. Tan sofisticados.
En los días siguientes revelé estos descubrimientos por separado a mi compadre Rubén Córdova y al padre Jorge Lira. Ambos me aconsejaron que no los diera todavía a conocer. El padre Lira admiraba a Túpac Amaru pero era muy cuidadoso porque su propia familia (Ladrón de Guevara) descendiente del Inca Paullo fue contraria a las gestiones de Túpac Amaru para ser Marqués de Oropesa. Me comprometí con el padre Lira en redactar una ayuda memoria. Así lo hice y desde Lima la envié al Cusco por intermedio de Rubén Córdova junto con todos los materiales reunidos por mí (tejidos y fotografías). El padre Lira me respondió reiterando la necesidad de esperar. En ningún momento me proporcionó información adicional sobre los temas Túpac Amaru. Tampoco yo lo solicité. Poco antes de su muerte en 1984 me invitó a ir al Cusco (lo que no pude hacer). Añadió que todos mis materiales se los había encomendado a mi compadre Rubén Córdova (quien todavía los guarda). Creo haber cumplido mi compromiso de silencio. Las circunstancias de hoy son diferentes a las de 1975. Ya no tengo la misma expectativa acerca de los movimientos religiosos de resistencia indígena. Quizás esos movimientos están siendo invadidos por propuestas religiosas modernas que cuentan con abundantes recursos económicos. Creo que en esas orientaciones tengo poco que hacer.
Volvemos a San Isidro–Túpac Amaru. ¿Por qué Túpac Amaru es San Isidro? Convergen aquí varias situaciones que entretejen una complicada postulación religiosa, histórica y política. Empecemos por lo pronto con la separación que se establece en la zona alto andina entre la agricultura bajo el patronazgo de San Isidro y las ganaderías bajo el tutelaje compartido de San Marcos (vacunos), Santiago (auquénidos) Santa Inés (caprinos) San Antonio (mulas).
San Isidro fue canonizado en 1622 al mismo tiempo que otros santos españoles (Santa Teresa, San Ignacio, San Francisco Javier). La vida de San Isidro fue la de los trabajadores del campo en la época medieval europea (siglo XII). Su percepción popular por los pueblos andinos puede haber estado facilitada por el hecho que a San Isidro se le atribuía poder sobre los vientos, lluvias y sequías. Atributos que son también asignados al Amaru. Aunque no, en principio, al personaje histórico Túpac Amaru. Si bien es posible que luego se le acumularan esos roles.
Pero no bastaba obviamente esta relación San Isidro–Amaru para conectarla además con José Gabriel Túpac Amaru. La causa de esa conexión es mucho más directa y sencilla. Túpac Amaru es San Isidro porque murió casi el mismo día (18 de mayo) en que se inician las festividades de San Isidro (17 de mayo). Es posible que desde las primeras experiencias coloniales en el siglo XVI haya existido y quizás todavía exista una elite secreta que además de preservar tradiciones andinas fundamentales haya tenido también por misión adaptar esas tradiciones, modernizarlas y hacer que de este modo adquieran vitalidad y sigan vigentes pero ocultas. Así podría haber ocurrido con el vínculo Atahualpa/San Juan Bautista o Huayna Capac–Colibríes (Resurrección)– Taitacha temblores. Y no es improbable que una operación semejante haya sido elaborada respecto al primer Túpac Amaru ajusticiado en el siglo XVI por Francisco de Toledo. ¿Cuál es la ubicación secreta del primer Tupac Amaru en el santoral católico? En todos esos casos cada uno esos personajes religiosos católicos es un disfraz para conmemorar sin peligro al correspondiente héroe andino. Así, al celebrar las festividades de San Juan rendimos homenaje al inca Atahualpa y al recordar las fiestas de San Isidro lo hacemos con José Gabriel Túpac Amaru[1].
Hay que advertir que no todos los sanisidros están asociados a Túpac Amaru. Debemos excluir los sanisidros con barba. Estos son los sanisidros españoles y su celebración no pasa de ser convencional. Los sanisidros que recuerdan y evocan a Túpac Amaru son los sanisidros lampiños. En la colección de Elvira Luza existía uno (“primitivo”) de gran tamaño que tenía esas características. Ignoramos donde está y no tenemos fotografía de ese San Isidro. Hemos ubicado además varios ejemplos de sanisidros lampiños. Forman parte de obras plásticas mayores muy complejas en las cuales diversos personajes sagrados son asignados a campos de influencia vinculados a la agricultura y ganadería andinas. Todos ellos parecen pertenecer a varios autores de la escuela que tuvo sus comienzos cuando Tadeo Escalante inventó los murales portátiles. No es improbable que el propio Escalante haya pintado estas obras. Así podríamos entender la semejanza que existe entre los sanisidros lampiños y el retrato de Túpac Amaru después del triunfo de Sangarara atribuido por mí a Tadeo Escalante. En todos esos casos el elemento definitorio fue la casaca roja de los sanisidros lampiños idénticas a la del Retrato de Sangarara ya mencionado. Por otro lado este color rojo implica las ideas de sangre y de fuego y está vinculado a los días que recuerdan el sacrificio de Jesucristo y en general a cualquier martirio incluyendo el de Túpac Amaru.






Muerte y Suplicio de Túpac Amaru
(Relato de un testigo presencial)


“El viernes 18 de Mayo de 1781, después de haber cercado la plaza salieron los prisioneros… uno tras otro venían con sus grillos y esposas, metidos en unos zurrones, de estos en que se trae yerba del Paraguay, y arrastrados a la cola de un caballo… a Francisco Túpac Amaru, tío del insurgente, y a su hijo Hipólito, se les cortó la lengua antes de arrojarlos de la escalera de la horca; y a la india Condemaita se le dio garrote en un tabladillo, que estaba dispuesto con torno de fierro que a este fin se había hecho, y que jamás habíamos visto por acá, habiendo el Indio (Túpac Amaru) y su mujer visto con sus ojos ejecutar estos suplicios hasta en su hijo Hipólito, que fue el último que subió a la horca.
Luego subió la india Micaela al tablado, donde asimismo a presencia del marido, se le cortó la lengua y se le dio garrote, en que padeció infinito porque, teniendo el pescuezo muy delicado no podía el torno ahogarla, y fue menester que los verdugos, echándole lazos al pescuezo, tirando de una y otra parte, y dándole patadas en el estómago y pechos, la acabasen de matar.
Cerró la función el rebelde José Gabriel, a quien se le sacó a media plaza; allí le cortó la lengua el verdugo y despojado de los grillos y esposas, lo pusieron en el suelo; atáronle a las manos y pies cuatro lazos, y asidos estos a la cincha de cuatro caballos, tiraban cuatro mestizos a cuatro distintas partes: espectáculo que jamás se había visto en esta ciudad. No sé si porque los caballos no fuesen muy fuertes o el Indio en realidad fuese de fierro, no pudieron absolutamente dividirlo, después de un largo rato lo tuvieron tironeando, de modo que lo tenían en el aire, en un estado que parecía una araña. Tanto que el Visitador, … despachó de la Compañía (desde donde dirigía la ejecución) una orden, mandando le cortase el verdugo la cabeza, como se ejecutó. Después se condujo el cuerpo debajo de la horca, donde se le sacaron los brazos y los pies. Esto mismo se ejecutó con la mujer, y a los demás se les sacaron las cabezas para dirigirlas a diversos pueblos. Los cuerpos del Indio y su mujer se llevaron a Picchu, donde estaba formada una hoguera en la que fueron arrojados y reducidos a cenizas, las que se arrojaron al aire y al riachuelo que por allí corre …

Este día concurrió un crecido número de gente, pero nadie gritó, ni levantó una voz: muchos hicieron reparo, y yo entre ellos, de que entre tanto concurso no se veían indios”.







Pero hay algo más. Existen cálculos retrospectivos del calendario católico gracias a las investigaciones de Hatto Von Hatzfeld adaptadas al Perú por los Misioneros de los Sagrados Corazones. El 18 de mayo de 1781 correspondió a la quinta semana de pascua en el ciclo que se inicia con la Resurrección de Jesucristo y termina en Pentescostés. Este es uno de los tiempos fuertes de la liturgia católica. Al respecto un dato adicional: Boleslao Lewin informó que José Gabriel Túpac Amaru tenía un culto privado, secreto y confidencial dedicado al Espíritu Santo. Recordemos que el Pentecostés cristiano tiene su raíz en las festividades judías vinculadas a ciertas cosechas agrícolas y a la dedicación de las primicias a Dios. Hasta que punto, nos preguntamos el martirio de Túpac Amaru convocó por primera vez en el Perú los vínculos San Isidro–Pentecostés–Amaru. Podría ser que algunas de esas relaciones preexistieran a Túpac Amaru mismo. En otras palabras el Amaru, sus significaciones y cultos podrían haberse hospedado en el Pentecostés desde fechas muy tempranas. A ese primer núcleo se le habría añadido a San Isidro desde la fecha de su canonización a principio del siglo XVII. Sobre este terreno abonado la figura de Túpac Amaru habría tenido un poder de síntesis y convocatoria maximizado por su heroísmo. El Amaru no es cosa del pasado ni un simple personaje histórico. Revitalizado por la muerte de Túpac Amaru desplegó intensamente su presencia: los amarus tejas presentes en el Contisuyo durante los primeros cincuenta años del siglo XIX. Las illas que disfrazan al Amaru cuando combinan elementos de murciélagos y toros. Las petacas con la evidente figura del Amaru viajando con los arrieros de la sierra sur. Todavía más: el Amaru habrá de estar presente en el siglo XX con la plástica y narrativa de Carmelón Berrocal o con la escultura en madera del Amaru ejecutada en la sierra central hacia 1950. Toda esta reanimación exacerbada por el sacrificio de Túpac Amaru puede tener vínculos con expresiones pentecostales populares en el Perú que a veces parecerían estar relacionadas con la esperanza de un Pachacutec[2].


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* Publicado en Revista Puente N.° 4. Publicación del Colegio de Ingenieros del Perú, Año 2, marzo 2007.

[1] He vacilado en redactar esta nota hasta que he tenido la convicción de que es un deber hacerlo. Es posible que algunas otras personas hayan compartido experiencias y creencias similares a la que describo: en algún momento durante varios días a mi regreso de Lima desde el Cusco 1975, recordaba obsesivamente el suplicio de Túpac Amaru. De qué modo primero cortaron la lengua a su hijo y lo arrojaron de la escalera de la horca. Luego no pudieron aplicarle garrote a su mujer porque tenía el cuello muy delgado y tuvieron que matarla con patadas en el estómago. Estos monstruosos sufrimientos morales concluyeron en el suplicio final físico de Túpac Amaru. No puedo precisar ni el momento ni el lugar en los cuales de pronto entendí que todos estos sufrimientos de Tupac Amaru lo habían llevado a un estado de santidad antes de morir. No estaríamos así solo ante un héroe político y militar. Estaríamos también además ante la santidad alcanzada por el martirio.

[2] Este artículo ha sido posible gracias a consultas de Internet organizadas por mi esposa Sara Castro García. Entre otras referencias las siguientes:

Sobre Seibold, Katharine E., 1992. http://www.smith.edu/vistas_web/gallery/detail/tupac.htm
Seibold, Katharine E. 1992. “Textiles and cosmology in Choquecancha, Cuzco, Peru.” In Andean Cosmologies through Time: Persistence and Emergence. R. Dover, K. Seibold and J. McDowell, eds. Pp. 166-201. Bloomington: Indiana Univ. Press.

Sobre San Isidro Labrador
http://www.cccuba.org/guardarraya/200405/isidro.htm

Sobre Pentecostés:
http://www.aciprensa.com/fiestas/pentecostes/
http://www.pctii.org/wcc/leon94S.html
Autora: Maritza León, Venezuela
http://www.enciclopediacatolica.com/p/pentecostes.htm
Autor: F.G. Holweck, trascrito por Stuart French, hijo, traducido por Giovanni E. Reyes

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La vocación por la Historia y otros temas

Entrevistadores: Juan San Martín y Virgilio Freddy Cabanillas

Doctor, ¿cómo nació su vocación de historiador?
No estoy muy seguro, porque en los años finales de la secundaria lo que más me interesaba era Biología; hasta pensé en algún momento postular en San Marcos a esa disciplina, pero en ese entonces para los cursos de Ciencias y por consiguiente para Biología se exigía Matemáticas, mientras que estaba excluido ese curso para la línea de Letras; yo era muy malo en matemáticas, entonces no podía elegir Biología. No creo tampoco que yo haya tenido al comienzo un interés muy definido y muy claro por la Historia. De hecho, mi postulación inicial fue para la Facultad de Derecho. Ahí también ocurrió que cuando estudié el primer año de Derecho en San Marcos la verdad es que los cursos y los profesores no eran de interés, con una excepción, José León Barandiarán. Sus clases eran magistrales. Lo único que me ha quedado de ese tiempo es la lectura de Kelsen.

Además fui un estudiante muy irregular. Ingresé a la universidad a los 16 años, en 1945 o 1946, no estoy muy seguro. Terminé mi carrera de historiador (si es que existe) y me gradué en 1960. Es decir que demoré catorce años y debo haber sido una verdadera vergüenza y un caso clásico de “estudiante eterno”. Por eso no me siento con mucho derecho de juzgar y condenar a los que se encuentran en situaciones parecidas. Desde luego que puedo dar explicaciones y culpar de esa demora a las dificultades económicas, psicológicas o familiares. Pero creo que en el fondo lo mío, desde luego en forma inconciente, ocurre con mucha frecuencia entre los peruanos y en países parecidos al Perú que padecen de lo que llamo las ganas de no nacer.

Por otro lado, en el caso de Derecho cometí un error. Por entonces para las prácticas de la carrera tomé contacto con don Ismael Bielich por encargo y recomendación de mi padre. Bielich y mi padre eran muy amigos. Mantenían amistad pese a los apartamientos políticos porque en los años 30 Bielich fue secretario nacional de política del Partido Aprista y mi padre subsecretario nacional de política. Ambos se apartaron del aprismo a partir de la llamada Revolución del Agustino. Por ese tiempo Haya de la Torre encomendó a Bielich y a mi padre que tomaran contacto con fuerzas políticas democráticas, para crear un frente electoral que permitiera reemplazar o suceder a Benavides; pero sin que lo supieran Bielich ni mi padre, al mismo tiempo Haya pensó que era conveniente tener una suerte de seguro, de segunda carta que consistió en un golpe de Estado, cuyo comando fue confiado al entonces líder aprista Rivera Schreiber. Bielich y mi padre ignoraban totalmente esta decisión, y de pronto se encontraron con que estallaba este golpe que fracasó completamente, y que ellos quedaban por otro lado desautorizados frente a las fuerzas democráticas con las que habían tomado contacto: ambos decidieron apartarse de la acción política.

Cuando visité a Bielich, inmediatamente aceptó que practicara en su estudio, pero me sugirió que fuera a la Católica donde él era profesor. Lo cierto es que en la Católica tampoco encontré profesores estimulantes, con una sola excepción, el doctor Vega, quien bajo la apariencia de cursos de prácticas en realidad desarrollaba y nos hacía desarrollar teoría. No tuve ningún entusiasmo por el Derecho. Mal que bien con muchos atrasos llegué hasta el penúltimo año de la carrera pero luego me aparté definitivamente. Del otro lado, la Facultad de Letras de San Marcos donde yo había iniciado mis estudios era muy dispareja. Había maestros muy estimulantes, pero había también otros que hacían un esfuerzo por cumplir y honestamente lo conseguían a medias. De aquellos años recuerdo con devoción y admiración las clases de Psicología de José Russo Delgado, realmente geniales, muy estimulantes. Fue uno de los pensadores perdidos del Perú. Hablamos de 1946. Russo fue deportado del país en 1948; era líder aprista; volvió ya en 1956, y entonces muchos de los que fuimos sus alumnos acudimos masivamente a escuchar sus clases sobre Heidegger.

Pero cuando uno escucha mencionar los nombres de Luis Valcárcel, Raúl Porras Barrenechea o de Jorge Basadre como representantes de las Ciencias Sociales en San Marcos, no se advierte bien que por lo menos en los primeros años no se tenía contacto con ellos. Yo no escuché clases de Porras ni de Basadre. Sí escuché las clases de la doctora Dunbar Temple, que traía una propuesta novedosa, la historia de las instituciones siguiendo la línea que habían empezado en España Vicente Rodríguez Casado y la Escuela de Sevilla; pero por más que era novedosa la propuesta, la apertura que recomendaba, tampoco era para despertar gran entusiasmo. Por lo que yo más o menos recuerdo, el mayor desarrollo de las Ciencias Sociales en San Marcos en ese entonces era el de la Antropología, debido a la asociación entre dos personas muy diferentes en edad y en actitud pero coincidentes en sus proyectos científicos: por un lado don Luis Valcárcel que era un patriarca y un sabio, y de otro lado José Matos Mar de quien yo no he sido necesariamente amigo pero en el que reconozco, como lo deben hacer todos, su capacidad de impulso, de organización; el Departamento de Antropología de San Marcos, con el que yo no estuve vinculado, fue un ejemplo no solamente dentro del Perú sino para toda Latinoamérica. Fue además el núcleo innovador para el desarrollo moderno en el Perú de la Sociología y la Arqueología. La Sociología era apenas un anexo del departamento de Historia y estaba bajo el control de Roberto Mac Lean Estenos, inteligente, muy poderoso, temido. Cuando Mac Lean fue deportado por Odría, Antropología aprovechó positivamente e inició cursos informales de Sociología a cargo de Francois Bourricaud. Ese fue el comienzo de las vocaciones de Cotler y Quijano.

Pero a mí no me entusiasmaba la Antropología. Podía impresionarme mucho más la Arqueología, pero al año siguiente que yo ingresé murió Julio C. Tello y la Arqueología quedó muy mal representada. Hubo personas admirables, verdaderos sabios, como Toribio Mejía Xesspe o el padre Villar Córdova, pero no tenían el liderazgo que había ejercido Tello. De hecho, la Arqueología una vez más tuvo que ser desarrollada desde la Antropología, siguiendo una línea que ya había iniciado Valcárcel cuando fue director del Museo de la Cultura Peruana y que hacia 1950 formó la arqueología moderna con la presencia en el Perú de jóvenes arqueólogos norteamericanos (Lanning), y la formación de los primeros arqueólogos peruanos como Bonavia, Ravines, Rosa Fung y Lumbreras. Pero todo esto ya es en años muy posteriores a aquellos en los cuales yo debía tomar una decisión sobre cual iba a ser mi carrera, mi elección científica o profesional.

En realidad yo no estaba muy seguro de que era lo que iba a terminar por estudiar, por lo que recuerdo no eran muchos entonces los que tenían claro además su vocación. La mayoría se seguía preguntando ¿qué vamos a ser?, ¿qué haremos?, o ¿qué seremos? Un hecho que marcó mucho mi definición fue el contacto con Raúl Porras Barrenechea en 1951, o sea años después de haber yo ingresado a San Marcos, cuando él se reincorpora al Perú después de haber estado en la embajada peruana en Madrid. Porras era un gran profesor, un historiador con entusiasmo por los temas, admirable en la disertación; trabajé con él desde 1951 hasta 1956 y luego, después de su elección como senador, lo continué visitando pero ya no con la misma frecuencia. A mí no me interesó el campo de investigación propio de Porras, o sea el siglo XVI, la conquista, más bien me interesó el siglo XVIII; lo percibía como un momento de gran cambio no solo en el Perú sino en términos mundiales.

Mi vinculación con la Historia en 1951 coincidió con el I Congreso de Peruanistas convocado ese año por la Universidad de San Marcos en celebración de su cuarto centenario. Lo presidió Raúl Porras Barrenechea. Este primer congreso fue una convocatoria extraordinaria a la cual asistieron estudiosos de diferentes países (Paul Rivet, Trimborn, Marcel Bataillon, Wendell Bennet…). El Departamento de Historia de San Marcos guardó las numerosas ponencias presentadas a ese congreso. Las clasificó y preparó para su edición. Desgraciadamente la mala voluntad de algunas autoridades universitarias contra Raúl Porras impidieron su publicación. Quizás por eso muchos ignoran hoy día la existencia de ese primer congreso. Por lo menos dos universidades (la Universidad de Lima y la Universidad de Harvard) se han atribuido por separado la convocatoria de algún I Congreso de Peruanistas, cuando les correspondería el segundo y tercer lugar. Creo que el año entrante habrá un cuarto o quinto congreso de peruanistas en Chile que de nuevo habrá de ignorar la existencia del primer congreso de 1951.


Ya en la carrera de Historia, ¿qué libros influyeron en esta etapa inicial?
La verdad es que nosotros no tuvimos una buena orientación de lecturas, temo que eso ocurre también hoy en día. Había una lectura intensiva de las crónicas, para aquellos que estuvimos cerca de Raúl Porras. No tuvimos la suerte, al menos yo no la tuve, de ser alumnos de Jorge Basadre; mi vinculación y amistad con Basadre ocurrió mucho después, es muy tardía. Y yo encuentro que las lecturas que nos proporcionaban eran bastante repasadas, y temo que es también lo que hoy ocurre en San Marcos y en las universidades nacionales. Hace diez años yo insistía mucho en esto y pedí a algunas colaboradoras mías que hicieran un listado de todas las revistas de Ciencias Sociales (historia, antropología) que había en la biblioteca de la Universidad Católica. Lo publicamos en dos volúmenes, indicando el precio de esas revistas, y el lugar donde se podían obtener las suscripciones. Y se los enviamos a las autoridades, a estudiantes y profesores, con la finalidad de que hubiera un movimiento convergente o varios movimientos convergentes que llevaran a la creación de una hemeroteca moderna de Ciencias Sociales en San Marcos; incluso la creación de un curso de actualización en Ciencias Sociales para profesores. No se ha hecho nada, San Marcos no está suscrita a ninguna revista, los estudiantes no conocen ninguna revista de Historia ni de Antropología ni de Sociología modernas. Esto también ocurría entonces. En mi caso yo de alguna manera sospechaba que había algo más, pero que no estaba en los cursos.

Entonces, paradójicamente quien mayores iniciativas de modernización tuvo fue un profesor no de San Marcos sino de la Católica, José Agustín de La Puente, de quien escuché su seminario en el Instituto Riva Agüero durante dos años. Luego hubo diferencias de opinión que hicieron que me apartara de la Católica. Pero le debo a De La Puente haber conocido una aproximación a la Ilustración y al Siglo XVIII como la de Cassirer que era mucho más analítica que el fácil libro de Hazard. Por ese entonces Riva Agüero era un instituto innovador. Junto con las enseñanzas de De La Puente recuerdo las iniciativas o novedades que trajo César Pacheco, que había estado becado en Europa y reveló las primeras aproximaciones de tipo sociológico, tratando de estudiar la presencia de una burguesía que gestionó la Independencia. Pacheco debió ser un gran historiador.

Años después, gracias primero a una beca de la UNESCO y después del Centre National de la Recherche Scientifique estudié dos años en Francia. Mi proyecto era seguir los cursos de Francastel y Gurvicht. Por desgracia en aquel tiempo no los dictaban. Organicé mi tiempo en función de las lecciones de Marcel Bataillon, Pierre Chaunú, Pierre Vilar. Cada uno de ellos era un gran maestro. Quizás de quien más aprendí fue sobre todo de Pierre Vilar y además de las conferencias de sabiduría que en solitario dictaba el gran maestro Bataillon en el College de France. En cambio fui muy pocas veces a las reuniones de Braudel que además de ser un gran historiador era por entonces un hombre muy poderoso (yo diría que demasiado poderoso). El ambiente de esas reuniones podía ser a veces tenso por la competitividad extrema que había entre sus asistentes cotidianos (no diré nombres), cada uno de los cuales habría de ser con el tiempo un gran historiador en su respectivo país.

¿Qué otras experiencias universitarias ha tenido usted fuera del Perú?
Con el tiempo, en las décadas de los 70-80 estuve trabajando en diferentes países (Estados Unidos, Canadá, Alemania, Inglaterra). La verdad no me fue muy bien y no por responsabilidad de las personas que vivían en esos países; sino por mi mismo. En primer término nunca he vencido la barrera de los idiomas. Hablo muy mal el francés, el inglés y absolutamente nada del alemán. En los precisos momentos en que trabajaba en esos países yo responsabilizaba de mis dificultades a mis colegas nacidos y residentes allí. Pero después de muchos años he terminado por entender que la responsabilidad era sobre todo mía. Definitivamente comprendo ahora, a mí nunca me ha gustado viajar fuera del país. Todavía más, creo que no me siento bien dentro del Perú en la medida que la verdadera casa que extraño es la que viví con mi abuela y mis hermanos hasta los ocho años de edad. Todo otro sitio ha sido para mí un destierro. De modo que desde aquí, aunque tardíamente, presento mis excusas a todos los colegas de los países que visité. Debo haber sido inaguantable. Lo cual por otro lado también me ocurre en el Perú.

¿Cuál es su opinión acerca de cómo encuentra el estado de la Historia, la situación de la investigación histórica hoy en el Perú?
No la conozco bien, no puedo hablarles de quienes son en estos momentos los historiadores más interesantes o cuales son sus líneas historiográficas. Estoy bastante apartado de todo aquello que no sea el estudio del arte popular; entonces no puedo decirles quienes o en donde. Siento que en el caso de San Marcos existen muchas dificultades económicas y organizativas. No estoy en condición de responderles.

En todo caso es importante que los historiadores aborden diversas corrientes de investigación…
Lo que creo es que deben tener contacto con todas las propuestas pero que eso no lo van a hacer a través de los libros, eso lo van a hacer a través de la lectura de revistas.

Muchos de sus trabajos han dejado huella en generaciones de historiadores. ¿Con cuál de esas investigaciones se encuentra más satisfecho, tanto en la metodología empleada como en los resultados obtenidos?
Yo diría más bien cuales han sido los temas que más me han motivado y todavía me preocupan. No serían ya los de historia económica o historia social, sino los estudios sobre el arte peruano, aunque desde luego desde una perspectiva que no es la formal, sino desde la que han querido ver autores como Francastel o Bordieu, del arte como un hecho social.

Usted trabaja temas de arte popular en relación con la historia oral y la mentalidad popular. ¿Cuál es la importancia de la recuperación de la memoria histórica en nuestro país?
Creo que hay muchos niveles y diferencias de memoria histórica, por sectores sociales y culturales. Tengo la impresión que la memoria histórica es mucho más activa en el sector rural y popular de lo que es en el sector urbano. Me ha sorprendido encontrar, al conversar con asháninkas, shipibos, boras y aguarunas, una profundidad temporal del recuerdo histórico mucho mayor del que se puede encontrar en el ámbito de las ciudades peruanas. Ya esto no debería asombrarnos porque Vancina a mediados del siglo XX con su estudio sobre África nos hizo ver la profundidad cronológica del recuerdo de sociedades ágrafas que manejan exclusivamente el recuerdo oral. Ahora, no es una tarea fácil, no es solamente una tarea del historiador sino también del antropólogo, y por desgracia es una tarea que exige mucho gasto. No es lo mismo hacer estudio de documentos en bibliotecas o archivos que estudios basados en entrevistas, visitas y el viaje a las comunidades amazónicas, por ejemplo.

¿Como nació su contacto con los maestros artistas de la Amazonía?
Siempre había pensado que habría un momento en el que no podría continuar haciendo viajes a la sierra peruana por razón de altitud y edad; entonces empecé a visitar algunas poblaciones de Ucayali, de los shipibos, de los asháninkas, primero en los 70 y luego en los 80, pero esto quedó interrumpido porque resultó muy peligroso viajar no solamente por la Amazonía, sino por cualquier parte del país. Por eso en los años 80 empecé a depender casi exclusivamente no de los viajes que yo hacía, sino de los viajes que muchas de estas personas hacían a Lima. Pude entonces gracias a esos contactos tener relaciones no con todos los grupos por supuesto pero al menos con algunos: aguarunas, shipibos, asháninkas y boras. Ahora estoy en el propósito de procurar un programa más ampliado, pero no resulta fácil porque es muy caro económicamente. Aunque no son cifras astronómicas desde el punto de vista institucional, pero en términos personales son prohibitivas.

Todos estos trabajos sobre la Amazonía y el arte popular, han sido entonces iniciativas suyas, ¿no ha tenido un apoyo institucional?
No. Una sola vez tuve el apoyo de la UNESCO para crear una colección de recuerdos de madres y niñas de los sectores populares. Institucionalmente San Marcos ha hecho lo que ha podido pero no es una universidad con muchos recursos económicos.

Otro de sus grandes temas en esta línea de la historia del arte, es la pintura mural del sur andino. ¿Cuándo nació ese interés?
Bueno eso fue verdaderamente porfiado, porque no solamente no recibí ninguna ayuda aquella vez, sino por el contrario quienes tenían el control de las instituciones vinculadas a la investigación histórica, social, y a la historia del arte, me pusieron todas las dificultades que pudieron para impedir que lo desarrollara. Viajé como pude, en ómnibus, a caballo, y en realidad me quedan recuerdos muy negativos de ciertas personas, peruanas y extranjeras, con poder en aquel entonces, que trataron de ponerme la mayor cantidad de obstáculos posibles, a veces desgraciadamente para mí con bastante éxito. Esas mismas personas u otras posteriores y parecidas han utilizado mis investigaciones sin citarme.

¿Pero cómo nació el interés por el tema?
El interés por el tema para mí fue muy sencillo. Cuando llegué al Cusco hace muchos años, la primera vez, vi lo que todos vemos al comienzo que es Andahuaylillas, Chinchero, que son las muestras de arte mural más fáciles de ser vistas. Pregunté obviamente, ya que no podían ser las únicas iglesias. Para mi sorpresa el mayor interés de los historiadores del arte era por la pintura en lienzo, entonces empecé a viajar y de inmediato en los primeros viajes incluso cerca del Cusco encontré la confirmación, la abundancia de este arte popular, que desgraciadamente ha empezado a desaparecer por las indiscreciones de la modernización, y el mal asesoramiento que reciben la poblaciones rurales nuestras. Cuando tienen oportunidad modernizan sus iglesias.

También los bienes muebles están en peligro, por el intensivo saqueo y tráfico de objetos artísticos virreinales…
El único modo de evitarlo es con una coordinación entre el Estado y la Iglesia, para ir a un masivo inventario, con divulgación internacional del mismo, pero lo más rápidamente posible. Mientras esto no se haga, el saqueo continuará.

El endurecimiento de penas privativas de libertad podría ayudar en algo...
No, porque hasta la fecha son pocas las veces en que se ha descubierto quienes son los autores. No creo que ese sea el camino. El camino es el inventario. Y no es difícil hacerlo, si es que hay voluntad para hacerlo, ni sería tampoco muy costoso.

En diversas publicaciones sobre arte virreinal se dan a conocer obras excepcionales que están en iglesias alejadas, en algún rincón perdido del país. Desgraciadamente estos trabajos sirven a los saqueadores, que terminan desvalijando las iglesias. Muchos cuadros importantes que han sido publicados han desaparecido en Cuzco, Puno y el Valle del Mantaro ¿Qué podemos hacer ahora que incluso publicar una obra puede servir a los enemigos del patrimonio?
Lo que hay que hacer desde luego es establecer una conexión con las autoridades locales, para que ellas resulten responsables del cuidado, recibiendo sanción en el caso de que no lo hagan. Porque, desde luego, no vale la pena publicar un inventario que sirva más bien de guía para el saqueo.

¿Y en el caso del saqueo de sitios arqueológicos?
Es mucho mas difícil porque hay muchos más lugares arqueológicos que lugares histórico-artísticos... en ese caso hacer un inventario no conduce a nada porque el acceso a esos monumentos arqueológicos es sumamente fácil, el control es difícil. Todo el Perú es una huaca.

El Amaru es uno de los personajes que usted ha trabajado con mayor insistencia ¿Cómo se encuentra con este personaje mitológico?
Bueno, no todo puedo decirlo ahora. Mi recuerdo más antiguo es la lectura de las crónicas y el desconcierto que sentía acerca de este sucesor de Pachacútec, anterior al propio Túpac Inca Yupanqui, y el modo como parecía que había un deliberado manto de olvido sobre este inca, cuya residencia quizás fue Machu Picchu. Entonces me interesaron mucho las crónicas sobre Amaru Inca Yupanqui. Luego de eso encontré en trabajos de campo en Cusco y Apurímac, que el Amaru estaba asociado a prácticas religiosas médicas, y sociales muy complicadas, sobre las cuales hay una legítima reticencia por parte de quienes manejan estas prácticas; no sólo reticencia: lo que conozco ha sido en el curso de más o menos veinte años y no he llegado a tener acceso ni trato directo con quienes más saben y mentalmente dirigen o comandan estos movimientos. Creo yo que siguen existiendo a pesar de la modernización acelerada del sector rural en el Perú.

¿Cuál es la trascendencia de la aparición de nuevos documentos con imágenes coloniales de los incas, como las cartas de Juan Núñez Vela y Bernardo Inca?
Creo que esto es apenas un ejemplo, un testimonio, de algo que debe haber sido hecho con bastante frecuencia, y responde a la dificultad de ubicación social por parte de los sobrevivientes de la nobleza indígena durante el régimen colonial. Esos documentos demuestran todo el esfuerzo, desgraciadamente para ellos inútil, por conseguir un reconocimiento por parte de la corona española, de acceso a ciertas posiciones sociales incluyendo prebendas especiales.

Nos gustaría conocer la metodología empleada en trabajos recientes, como la relación descubierta entre Túpac Amaru y San Isidro Labrador, o la imagen colonial del Inca ya mencionada.
La metodología parte de una actitud y en mi caso esa actitud está vinculada a la condición de que continúa existiendo hoy una élite paralela, secreta, que administra algunos aspectos de la sociedad indígena, en los sectores todavía más tradicionales dentro del Perú. Creo que esto era mucho más arraigado hace veinticinco o treinta años, y en los últimos tiempos ha disminuido muchísimo. Si uno adopta esta premisa empieza a entender que es necesario una doble lectura respecto a los testimonios, a los hechos, a las formas que son ofrecidas por la sociedad indígena andina actual; y encuentra uno que hay dos significaciones, la significación más explícita, y una segunda que es en la que se encuentra el verdadero significado.

¿Esta élite que todavía maneja ciertos conocimientos secretos del mundo andino, está concentrada en algunos departamentos?
Creo que se encuentra en Apurímac, Cusco y las tierras altas de Moquegua y Arequipa.

Algunos de los logros más importantes que todos reconocemos en su trabajo son por ejemplo, el descubrimiento de inventarios de bibliotecas, el análisis de la literatura del siglo XVIII o el uso del Fondo de Temporalidades. ¿Qué recuerdos tiene de estos trabajos?
Creo que el fondo documental que más me impactó a mí fue el de Temporalidades, por la magnitud de la información, la profundidad cronológica de dos siglos, y por la riqueza de la información social y económica; y estoy convencido por otro lado de que ese fondo apenas ha sido tocado en términos historiográficos, y todavía queda un ancho espacio para investigar ahí. Mis estudios sobre las propiedades jesuitas fueron los primeros en su género dentro y fuera del Perú. Sin embargo, recientemente se ha publicado una antología sobre las haciendas jesuitas en América donde mis publicaciones no son mencionadas ni siquiera en la bibliografía general.

Hace varios años usted innovó los libros de enseñanza de la historia para la educación secundaria. ¿Hay algo que le queda de positivo del trabajo que hizo, algún recuerdo?
De un lado tuve muchas satisfacciones al producir esos libros, y al mismo tiempo grandes frustraciones. Me interesó mucho proporcionar información moderna, y en la medida de lo posible coordinarla con ejemplos y testimonios artísticos de carácter popular. Desde el punto de vista económico que es muy importante, gané mucho menos de lo que yo podía ganar y lo que escuchaba yo que ganaban los autores de textos escolares. Incluso hay una anécdota, no diré en que año para que no haya referencia al respectivo ministro. En ese año el Ministerio de Educación peruano ordenó que se estudiara la civilización del Indo. Entonces yo desarrollé el capítulo correspondiente al Indo. Cuando ya se iniciaba el año escolar compré todos los libros de mis competidores, y encontré que todos sin ninguna excepción habían entendido mal la propuesta del ministerio, y en vez de desarrollar la civilización del Indo hablaban sobre la India. Yo al ver esto dije: “Bueno, en estos momentos soy millonario, ninguno de estos libros de texto podrá circular, solamente podrá circular el mío”. Pero mi sorpresa fue muy grande cuando de pronto lo que hizo el ministerio fue decretar que no se hiciera el tema del Indo sino de la India.

Hoy en día ya no existe la posibilidad de preparar textos de historia, la historia como curso aparte se ha eliminado. Mas allá de que uno sea historiador o no, creo que es un error. Creo, por ejemplo, que el Perú necesita fortalecer mucho el conocimiento de lo que ocurrió en el pasado más inmediato, el siglo XIX, con algunos de nuestros vecinos limítrofes. Para evitar que se vuelva a repetir.

Una de las innovaciones que aparecen en los textos de historia que usted hizo, es algo que nos llamaba mucho la atención en nuestros años de estudiantes, nos referimos al uso de imágenes del arte popular que no aparecían en otros libros de historia de colegio. ¿Que nos puede decir de esta propuesta metodológica?
En primer lugar creo que ha ocurrido en el Perú un verdadero desastre y es la separación entre un lado el arte popular y el otro lado la gran mayoría de los estudiosos en Ciencias Sociales, de los usuarios de los conocimientos sociales, de tal modo que en realidad hoy día en el Perú son muy pocas las personas que tienen un conocimiento fundamentado sobre el arte popular. No es culpa de esas personas, en realidad nunca han sido muchas. Las primeras colecciones de arte popular estuvieron vinculadas a Constante Larco, Elvira Luza, Enrique Camino, Arturo Jiménez Borja, Celia y Alicia Bustamante, además del propio José Sabogal. Pero, y no porque así lo decidiera ninguno de ellos, constituían grupos aislados, involuntariamente elitizados. No porque ninguna de esas personas postulara elitismo, sino porque no llegaba a interesar, lo que ellos postulaban, deseaban y decían; no tenían eco en la sociedad peruana; hoy día mismo creo que el arte popular despierta escaso interés. Además, lo que hoy día se presenta como arte popular peruano en un 80% debería ser prohibido porque ni siquiera es arte, es una mentira estética y social.

En esta etapa de su vida, ¿cómo define usted la Historia?
Creo que la historia es una actitud y un tipo de pensamiento muy complicado, que no es ejercido exclusivamente por el historiador profesional. De algún modo cada familia y cada individuo tiene una memoria histórica y convive con la historia y la maneja a diario. Alguna vez yo recomendaba conversando con profesores que le pidan a sus alumnos que hagan un inventario de las cosas que encuentran en su dormitorio, y luego coloquen al lado las fechas tentativas o aproximadas en que han sido producidas, y se verá que todos convivimos con objetos que pueden tener 20 años, 10 años, tres meses o dos horas. La temporalidad y la historicidad son categorías de la existencia humana. De modo que la historia como conocimiento profesional no es sino una de las formas más sofisticadas y organizadas de esta experiencia histórica que es básica en el ser humano. La historia es la forma humana del tiempo.

En la presentación de un texto escolar -Panorama histórico del Perú- usted ha explicado que tradición histórica no es conservar o repetir el pasado, sino más bien liberarlo. ¿Nos puede ayudar a profundizar esta idea?
Este es un concepto que yo estoy repitiendo de Heidegger, quien decía que la tradición no significa conservar sino liberar al pasado entregándolo hacia el futuro. Pienso yo que ese es el significado más estricto de tradición, y no aquél que vincula tradición con una conservación pasadista.

En alguna entrevista usted se ha referido al pesimismo de los peruanos. ¿Cuál es la raíz histórica de esta actitud ante la vida?
Continuos fracasos colectivos desde el siglo XVI, después de la conquista, hasta la fecha. En realidad el Perú ha visto de que modo pasaron riquezas inmensas a través de la sociedad y la historia peruanas sin que esto cuajara en un desarrollo sostenido del país. Por ejemplo los beneficios de los cincuenta años de la gran producción potosina, apenas dejaron algunos residuos y no más. Y eso es mucho más notorio en la República, con el inmenso desperdicio que significó la administración del guano y el salitre y el gran robo que significó convertir los billetes bancarios (un asalto) en billetes fiscales. La irresponsable actitud de los que gobernaban al país, lo cual no significa solamente los políticos visibles, sino, tanto como ellos o más que ellos, los que tenían el control de la economía peruana... peruanos y extranjeros, pero sobre todo peruanos; a los extranjeros no se les tiene que exigir nada.

Le hacemos esta pregunta porque como profesores de historia muchas veces nuestras clases parecen un recuento de derrotas y fracasos. ¿De qué manera podemos enfocar la historia para no cargar de pesimismo a los estudiantes? ¿Qué nos sugiere?
En primer término, hacer ver que la derrota, incluyendo la gran derrota de la Guerra con Chile, no era una derrota inevitable, sino que tiene responsables muy concretos que deben ser individualizados. Para entender esa derrota habría que preguntarse, por ejemplo, cuanto costó la construcción del Palacio de la Exposición en la época de Balta, y si lo que se gastó se hubiese podido gastar en comprar un barco o algunos cañones Krupp.

Además no todo son fracasos, también hay grandes logros, como por ejemplo la extraordinaria obra hidráulica de las culturas andinas. O el heroismo y la creatividad conque esas sociedades se sobrepusieron al megasismo ocurrido mil años antes de Cristo.

Sobre las relaciones actuales con Chile, se conoce que el gobierno de ese país va a devolver un lote de libros peruanos saqueados...
A mi me parece que sería un error pedirlos o recibirlos. El gobierno actual, como cualquier otro gobierno está obligado a las buenas maneras protocolares, pero esto no debe llevar a una suerte de desarme moral y psicológico de la población peruana. Soy partidario de ser muy realistas y muy objetivos, sin necesidad de ir a una confraternidad y una amistad con Chile, que no procede, porque los resultados de la guerra se siguen manteniendo hasta el día de hoy, y Chile no sería lo que es hoy sin el territorio del cual se apoderó y que pertenecía al Perú. Yo no estoy de acuerdo por ejemplo con esa presencia de poetas peruanos en el Huáscar, que es un botín de guerra para los chilenos. Y no creo que debamos pedir ni recibir ningún libro robado de Lima que tienen las instituciones chilenas, que se queden con lo que ellos se llevaron, como una prueba más de lo que ocurrió.

Recientemente este tema de la difícil vecindad con Chile ha vuelto a rebrotar: la postergación de la emisión de una serie televisiva, los cómicos de las calles santiaguinas, la movilización de un grupo de peruanos en la frontera. ¿Cuál es su opinión al respecto?
No se va a poder evitar que Chile realice esa emisión, no creo tampoco que convenga ingresar en una etapa de confrontación psicológica, lo que yo creo es que si nosotros queremos evitar en verdad un conflicto debemos tener una preparación militar adecuada, y espero, confío, en que así estará ocurriendo, al revés de lo que ocurrió en el siglo XIX.

Da la impresión que los empresarios chilenos se hubieran apoderado de nuestro país, con sus inversiones...
Hacen muchas inversiones en Argentina y en el Perú, y en el caso peruano creo yo que no se han tomado las precauciones correspondientes. Ojalá que podamos evitar una contienda bélica, pero nadie puede cerrar los ojos y decir “esto es imposible, no va a ocurrir nunca”. Debe haber una preparación bélica para que precisamente no ocurran los acontecimientos bélicos, lo cual implica también un rearme de tipo psicológico y moral colectivo.

En una entrevista televisiva un historiador chileno mostró un libro de historia para escolares chilenos, un material en el que la Guerra del Pacífico ocupa pocas páginas; en cambio en nuestros libros este episodio ocupa un gran espacio…
A mí me parece que no importa tanto la cantidad, sino los conceptos básicos y las explicaciones que contengan. Y para mí lo primero que debe enseñarse a los estudiantes peruanos es que esa guerra se hubiera podido evitar, si el Perú hubiera sido manejado en forma mucho más responsable e inteligente.

En ese sentido, y tratando de individualizar responsabilidades, hay una acción muy polémica, que es el tema del viaje de Prado. ¿Qué puede comentar de eso, qué significó realmente?
El viaje no me parece que fue una traición. Al parecer Prado llamó a Piérola y le dijo que se hiciera cargo del gobierno, y que entonces como resultado de lo cual Prado hubiera podido viajar al extranjero con el respaldo de todas las fuerzas políticas peruanas, y quizás hubiese conseguido algo. No me parece una traición ni mucho menos.

¿Por qué entonces se generó esta leyenda negra contra Prado que nos avergüenza como peruanos? Porque siempre se habla del presidente que fugó...
Pero, no hubo una fuga, salió al exterior tratando de comprar armas, y si hubiera recibido el respaldo de Piérola, quizás lo hubiera conseguido hacer. Ahí intervienen quizá motivaciones políticas que vienen desde la confrontación entre civilistas y pierolistas en el siglo XIX.

Sabemos que muchos jóvenes que ingresan a la universidad están a la deriva sin orientarse en una especialidad porque no están seguros de su vocación. ¿Un historiador cómo descubre que su vocación es la Historia?
Primero creo que esta indefinición no es negativa. Lo recomendable es tomar contacto con las diversas opciones, y entonces luego hay un efecto de captación que se produce, en el que las opciones antropológica, arqueológica, económica o histórica empiezan a ser comparadas por la persona que va a tomar la decisión. Pero no creo que deba exigirse desde un comienzo en una persona tomar una relación excluyente con una sola especialidad. Me parece que todas las opciones deben ser registradas. Y esa es la tarea de los años iniciales universitarios, no deben ir a una especialización prematura.

¿Que le diría a los jóvenes que se inician en la carrera de Historia en la universidad?
Primero que no es carrera. Porque si ustedes y yo ponemos en nuestra casa un aviso que diga: “Historiador. De 9 a.m. a 5 p.m.” nadie nos va a tocar la puerta. Por eso es que en realidad el historiador no vive de su actividad como historiador. Vive de su actividad como profesor, que no siempre está vinculada a la historia. Pienso que no se pueden buscar soluciones personales sino institucionales, que deben provenir de la institución a la que pertenecen, poner las mayores exigencias posibles para que tengan tanto ellos como sus alumnos la oportunidad de acceder a los conocimientos más modernos de las Ciencias Sociales y en particular de la Historia. Yo creo que es terrible que este tipo de conocimientos y vínculos y contactos solo se den en ciertas instituciones privilegiadas de la educación peruana. A mi me parece que el historiador de una universidad nacional debe tener conciencia que ésta es una circunstancia muy negativa y que no podrá avanzar en su desarrollo personal si no cambia y moderniza la instancia institucional dentro de la que está operando.

Entonces, ¿usted le ve futuro a la historia como profesión en el Perú?
¿Cómo profesión? Difícilmente. El historiador... yo no creo que ni siquiera el doctor Porras o el doctor Basadre vivieron como historiadores, a pesar del éxito de Historia de la República del doctor Basadre, quien se sentía un poco defraudado desde el punto de vista económico; y Porras ganó muy poco por sus libros. Yo no creo que un historiador pueda sostenerse económicamente como historiador. A no ser que produzca libros escolares, pero ya no existe esa posibilidad tampoco. Yo no creo que sea una actividad profesional. Claro, hoy existe el recurso de las ONG pero está limitado.

El campo laboral del historiador se ha reducido al mínimo...
Muy recortado, muy recortado.

¿Pero alguna satisfacción personal le ha dado la historia? Sabemos que económica no...
Las satisfacciones de los descubrimientos -aquí se le ilumina el rostro al doctor Macera- no solamente los descubrimientos documentales, sino de pronto cuando usted entiende una situación histórica pasada casi como por efecto de una revelación, que no es una revelación sino el resultado de la acumulación de aproximaciones y de equivocaciones, hasta que de pronto uno entiende lo que ha venido ocurriendo. Me ha pasado con el Amaru, por ejemplo.

Ahora, me parece que lo que si yo tengo como obsesión es la necesidad de que las universidades nacionales, entre ellas sobre todo San Marcos, hagan un replanteamiento de la enseñanza de la historia en sus aulas. Nosotros no podemos seguir ofreciendo pregrados de Historia defectuosos y no actualizados, para eso es mejor no dictar el pregrado. Tenemos que crear una escuela de Historia muy exigente. Tenemos que disponer a favor de nuestros estudiantes el aprendizaje de idiomas para lectura, no para hablar. Tenemos que pensar y admitir que la enseñanza y el estudio universitarios son y deben ser caros, lo que no significa excluir a los sectores populares, sino darles un financiamiento adecuado. En el caso de Chile esto se realiza a través de préstamos, el estudiante recibe préstamos para todo su tiempo de estudios y lo comienza a pagar después, cuando es profesional. Yo no creo en la gratuidad de la enseñanza, no creo. La gratuidad es un engaño. Lo único que hace es empobrecer intelectualmente a los sectores populares, porque la universidad a la que ellos acuden y donde la enseñanza es gratuita no pueden solventar bibliotecas ni recursos modernos, porque no tienen como pagarlos.

¿Como replantearía el tema de la gratuidad de la enseñanza?
Bueno, en primer lugar estamos hablando de la gratuidad de le enseñanza universitaria, no de la enseñanza primaria o secundaria. Éstas deben ser gratuitas, o deben tener una mínima aportación de los familiares. Pero en el caso de la universidad yo sería partidario de otorgar la gratuidad solo para aquellos sectores sociales que efectivamente estén incapacitados de solventar sus gastos; pero todavía más, incluso esos sectores beneficiados con esta ayuda no solamente serían exceptuados de pagar los derechos universitarios, sino que podrían recibir sumas mensuales, asistencia social. Pero el total de estos gastos ha de ser pagado por el estudiante ya como profesional, con un porcentaje a discutir de los ingresos que tendría como profesional después del quinto año de ejercicio. Obviamente, la ubicación social y económica del estudiante debe ser esclarecida. Al estudiante que no tiene los medios, no se le puede exigir que pague, puede recibir un préstamo bancario del propio Estado que luego de 10 años lo pagará él. Pero si por el contrario tenemos conocimiento de que un estudiante tiene solvencia familiar, ¿por qué va a gozar de gratuidad?

Hay otra situación respecto a la gratuidad de la enseñanza: estudiantes cuyos estudios universitarios son solventados por el Estado peruano, con los impuestos de toda la gente, y luego de terminada su carrera se van del país y nunca más vuelven. ¿Cómo evitar eso que termina siendo injusto?
Es lo que se llama el “drenaje cerebral”, que no sólo ocurre con el Perú sino también con otros países del llamado Tercer Mundo. Nosotros invertimos 6 años de primaria, 5 de secundaria, 5 de universidad, para que luego de estos 16 años los países mas desarrollados hagan una selección, porque tampoco reciben de forma masiva, y se quedan con los mejores cerebros. No podemos evitarlo, desgraciadamente no tenemos cómo. Por otro lado también es cierto, debemos preguntarnos qué harían estos profesionales calificados dentro del país, si las oportunidades laborales no existen o son muy escasas. Además, si el Perú no ha estallado socialmente se debe a dos contribuciones muy distintas: primero, las remesas de los emigrantes peruanos a sus familias (populares, clases medias) y segundo (por desgracia) el lavado del narcotráfico. Entre uno y otro quizás 5 000 millones de dólares al año. Lo cual compensa en parte las remesas al exterior que hacen los grupos empresariales peruanos (quizás un acumulado de 15 000 millones de dólares). Los galeones coloniales se quedan chicos.

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*Entrevista a Pablo Macera en Tiempos 2, Revista de Historia y Cultura. Lima, Museo de Arqueología y Antropología de la UNMSM, noviembre 2007, pág. 77.
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El Libro de Vecellio

VESTIDOS DEL MUNDO

El libro de Vecellio sobre los vestidos del mundo es un raro texto bilingüe (latín, italiano) publicado en Venecia por el refinado impresor Bernardo Cessa, cuyo emblema personal (gato que devora un ratón) solía ser en el Quinientos una promesa de exotismo. La parte americana de la obra es parcialmente dibujada y manuscrita[1]. El libro de Vecellio empieza por una portada que revela el prejuicio europeo hacia otros mundos: en la parte superior aparecen Europa y Asia representados por dos mujeres lujosamente vestidas mientras que, abajo, América y el Africa son doncellas desnudas. Con sus más de trescientas ilustraciones, este libro fue posiblemente el inventario más exhaustivo del que dispusieron los europeos para tener la ilusión de conocer el mundo entero. Al igual que los libros de Cosmografía, éste sobre los vestidos revela en tono menor la vocación universalista y expansiva de la coyuntura europea comprometida entonces a fondo con aventuras coloniales en casi todo el mundo. Nada comparable parece haber existido en los grandes y viejos países del Asia: India, China, Persia, donde no sabemos que hubiese obras parecidas. Eran grandes civilizaciones muy antiguas, satisfechas de sí mismas, enclaustradas... Nadie falta en el libro de Vecellio: habitantes de Molucas, Dalmacia, China, Japón, Galicia, Bohemia, tártaros, navarros, transilvanos, moros de Barbaria, algún lujoso sultán del Cairo, los indoafricanos y moros negros de Zanzibar y también, textualmente, una “africana de mediocre condición” y hasta, por qué no, una meretriz europea. El repertorio queda completado con personajes semifantásticos como el Preste Juan y su paje. A partir de la pág. 417 hasta el final aparece América con sus habitantes divididos entre los desnudos y los vestidos. A esta última categoría pertenecen México, el Perú y parcialmente La Florida con su rey adornado y la reina desnuda. ¿Cuáles fueron las fuentes de información para Vecellio? ¿Todo fue imaginado? En el caso del Perú hay figuras verosímiles como el noble del Cusco con dos plumas en la frente (¿de Corequenque?) y un fleco a modo de borla.
También dos soldados de guerra con cascos muy realistas y algunas doncellas nobles con el cabello suelto estilado por esa clase social, según Garcilaso. Todo nos insinúa la producción muy temprana de un imaginario americanista del cual no fue obviamente excluido el Perú.



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* Publicado en Libros & Artes. Revista de cultura de la Biblioteca Nacional del Perú N° 9, enero 2005.
[1] Los grabados tuvieron por base dibujos hechos por Tiziano, primo del editor. El ejemplar consultado contiene dibujos a pluma (¿Son de Tiziano?).
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Historia General del Ejército del Perú

EL EJÉRCITO EN LA REPÚBLICA: SIGLO XIX

La historia del Ejército del Perú es una historia difícil porque de algún modo implica examinar la totalidad de nuestro período republicano en los siglos XIX-XX; difícil también porque ese relato histórico debe ser necesariamente objetivo, profesional y moderno; todo lo cual, de modo inevitable, tropieza con los prejuicios y punto de vista consolidados tanto en los medios civiles como en los medios militares como resultado de diversas confrontaciones ocurridas entre ambos sectores en el curso de nuestra historia.
Una larga y pesada tarea queda por hacer para reformular la historia del Ejército y la historia global de la sociedad peruana. En esa correcta dirección se encuentra este Tomo V del Ejército Peruano donde están condensados los análisis y las investigaciones de un grupo profesional polivalente conducido por el coronel Teodoro Hidalgo Morey e integrado por los historiadores Lourdes Medina, Manuel Gálvez y Guillermo Sánchez Ortiz.
Hay que precisar –como lo hacen sus autores– que esta no es una historia militar del Ejército Peruano. No encontraremos aquí un estudio de las tecnologías, tácticas y estrategias empleadas por el Ejército Peruano en todo el curso de su historia. Para esos efectos ya contamos con la obra precursora del General Dellepiane. La Historia Militar, es sin duda una especialización metodológica indispensable, pero en el presente caso cede su prioridad a un enfoque más amplio. Los autores de este volumen prefieren preguntarse acerca de las causas y consecuencias sociales de las acciones ejecutadas por el Ejército Peruano tanto en el terreno bélico profesional, como en el ámbito político.
La estructura cronológica de este volumen responde a los planeamientos señalados y de algún modo reproduce y reajusta las periodificaciones habitualmente empleadas en la historiografía peruana con respecto a la historia político-social del siglo XIX. La secuencia planteada por los autores es la siguiente:
1º Fundación del Ejército San Martín-Santa Cruz (1820-1827); 2º Origen del militarismo Santa Cruz Castilla (1827-1845); 3º Consolación profesional del Ejército Castilla-Balta (1845-1872); 4º Desarticulación del Ejército Balta-Pardo-Prado (1872-1879); 5º La guerra con Chile Prado-Piérola-Iglesias (1879-1884); 6º La reconstrucción nacional Cáceres-Morales Bermúdez-Piérola-López de Romaña (1886-1899); 7º Resumen evolutivo del Ejército Peruano.
En primer término el ejército republicano nada debe a las primeras huestes armadas europeas que asaltaron al imperio inca; hasta los propios ejércitos virreinales tomaron sus distancias a ese respecto y en la medida que pudieron dejaron de lado y olvidaron los precedentes crueles de la tropa conquistadora (perros mordedores de indios, violación sistemática de mujeres, pillaje, genocidio, etc.).
Podríamos incluso decir que los primeros ejércitos latinoamericanos durante la instancia libertadora significaron a ese respecto una negación explícita de lo que fue la conquista. La guerra de los libertadores a diferencia de la guerra de los conquistadores fue una guerra sujeta a severas reglas de respeto y humanidad. No es por consiguiente en una guerra «a lo Pizarro» donde hemos de buscar los antecedentes del Ejército Peruano.

El Ejército del Perú recepcionó en sus comienzos diferentes tradiciones militares, en algunos casos contrapuestas. Quizás podríamos sugerir un cuadro sinóptico de esos elementos constitutivos del primer Ejército Peruano.

En este cuadro distinguimos los elementos constitutivos directos de aquellos otros que tienen un carácter histórico referencial como tradiciones de algún modo recepcionadas por el Ejército Peruano.


Los autores de este libro señalan a ese respecto y como la mejor de sus tradiciones a los ejércitos rebeldes levantados en el Perú contra el régimen colonial durante los siglos XVI-XIX. El primero de esos ejércitos fue el de Manco Inca en el siglo XVI y puede ser definido como un ejército estatal (el del Estado Inca), que en forma legítima y según cualquier norma internacional de entonces o de ahora, ejercía el derecho de defensa contra una invasión extranjera (la española).
De algún modo esa legitimidad perdura en los siguientes ejércitos insurreccionales cuyo fundamento teórico e ideológico era el desconocimiento de toda legitimidad al Estado colonial español nacido en un acto de conquista bélica. Por lo menos dos de esos ejércitos fueron predominantemente indígenas aquellos de Santos Atahualpa y Túpac Amaru, ambos en el siglo XVIII. Mientras que el ejército de Pumacahua implicó un verdadero cambio tanto de composición étnica como de tendencias ideológicas. Es posible que Pumacahua mismo no advirtiera todas las implicancias del movimiento que nominalmente encabezaba. Al momento de aceptar la jefatura revolucionaria, Pumacahua había sido el mejor ejemplo (negativo) de colaboracionismo indígena con el régimen español. No olvidemos que fue Pumacahua, más que nadie, quien derrotó a Túpac Amaru; y que su campaña sobre las provincias al sur del Cusco (Collasuyo) fue una verdadera guerra de exterminio contra las poblaciones campesinas. En su posible descargo sólo podría mencionarse el resentimiento aristocrático de Pumacahua, para quien Túpac Amaru venía a ser un advenedizo.
En cualquier caso todavía es una cuestión en debate precisar cuales fueran las razones que llevaron al anciano aristócrata indio a plegarse al movimiento que habían gestionado los criollos del Cusco, que en su mayor parte pertenecían a las clases medias y estaban comprometidos, al parecer, en una verdadera conspiración internacional vinculada con los movimientos revolucionarios que estaban ocurriendo en la sección meridional del imperio español (Buenos Aires, Chile).
En forma opuesta, pero complementaria a estas tradiciones insurreccionales, debemos mencionar como un nuevo elemento nada menos que al propio ejército español levantado por los virreyes contra las diferentes causas independentistas. Su núcleo estaba constituido por un pequeño número de militares españoles de carrera y formados en la península. Un segundo contingente básico desde la perspectiva del desarrollo posterior del Ejército del Perú, fue el de los criollos y mestizos peruanos incorporados al ejército español tanto en calidad de oficiales como de soldados. La suya fue una escuela contrainsurgente práctica y no académica. Este contingente de oficiales criollos-mestizos en su mayor parte fue reclutado en las provincias andinas del sur peruano y la próxima Audiencia de Charcas. Algunos pertenecían a la aristocracia colonial como el marqués de Valleumbroso, pero otros muchos procedían de las capas medias de la sociedad colonial peruana.
Las figuras representativas de esta oficialidad criollo-mestiza podrían ser los amigos-rivales Agustín Gamarra y Andrés de Santa Cruz y hasta el futuro Mariscal Ramón Castilla. Necesitamos todavía un estudio que nos permita conocer la sicología, actitudes, el pensamiento político y las habilidades técnico-profesionales que caracterizaron a este último ejército virreinal cuyos elementos más destacados habrían de ser transferidos al primer ejército republicano. Por lo pronto es probable que algunos militares del segmento Cusco-Charcas lucharan contra los ejércitos libertadores de Buenos Aires por una causa propia de tipo regional y no tanto ni solamente en defensa de los intereses españoles.
La creación del virreinato de Buenos Aires fue perjudicial para el sur peruano y puede ser mencionada como una de las causas del levantamiento de Túpac Amaru. Muchos sostenían que Charcas y por lo menos los enormes obispados de Arequipa y Cusco constituían una cierta unidad geopolítica conveniente en términos económicos para la totalidad de sus pobladores. Más allá de que esto, fuera o no una verdad total y sin desconocer que hubo contradictores de esta posición, hay que tenerla en cuenta para explicarnos mucho de lo que ocurrió en Perú, Bolivia, Chile durante los primeros decenios republicanos.
Habría también que incluir entre los elementos constitutivos del primer Ejército del Perú a los oficiales criollos cuyas carreras y formación militar no habían sido coloniales sino metropolitanas. Fueron los menos y su representante máximo dentro de los procesos independentistas fue José de San Martín; y en nuestro caso, José de la Mar, nacido en Cuenca y con una identificación total por el Perú.
Podríamos por último incluir también a los milicianos del régimen colonial. Este fue el caso de algunos «coroneles» nombrados por el rey español y perteneciente a las capas más ricas anteriores a la independencia. Algunos de ellos consiguieron que sus títulos fueran reconocidos por el nuevo Estado peruano.
En cuanto a las propias fuerzas militares de la independencia, en su sentido más estricto, el núcleo inicial estuvo compuesto por reclutas y voluntarios nacidos en el Perú que se incorporaron a los ejércitos auxiliares de San Martín y Bolívar. De un modo complementario habría que considerar la acción de los guerrilleros indios y mestizos y (en menor importancia) hasta a los propios «pasados» españoles.
Toda esa heterogeneidad de procedencia exigió de los primeros ejércitos peruanos una organización colectiva fuertemente unificada tanto en el orden de los procedimientos militares como en el terreno de la formación ideológica y doctrinaria. Este es uno de los grandes méritos de quienes formaron los diferentes niveles de oficialidad de aquel entonces.

Los primeros 20 años de nuestra historia republicana fueron de caos interno y conflicto exterior; ambos interrelacionados. Las causas de esa crisis no fueron estrictamente militares y deben ser más bien encontradas sobre todo de un lado en la persistencia estructural del coloniaje y del otro en la inestabilidad-geopolítica del Perú que como nueva república no podía ser obviamente ni el imperio ni el enorme virreinato que administraron los austriacos.
Los autores de este libro se preguntan con razón ¿cómo gobernar un país en que la mayoría de sus pobladores eran apartados del efectivo poder político? ¿cómo definir los límites territoriales de una zona de intercambio, confluencia y expansiones como ha sido el Perú desde por lo menos hace 3,000 años? Ni los militares ni los civiles peruanos pudieron elaborar respuestas a estos problemas.
Nuestra paradoja consistía en que para ser paritario y competitivo, en cualquier contienda bélica con el exterior, el Perú habría debido ser un país en forma y en términos internos y no podríamos serlo mientras el negro fuera un esclavo y el indio un siervo. Pero liberar efectivamente al indio y al negro no significaba dar leyes que así lo declarasen, sino hacer una verdadera revolución social que complementara las formas políticas de la independencia dándoles un contenido social. Pero esa revolución significaba una guerra civil, como la habida en los EE.UU. ¿Hubiera sido mejor que efectivamente ocurriese? ¿Habría emergido el Perú, después de aquella guerra, con una definición global de sí mismo?
Resulta obvio que estas interrogantes nos arrastran al inestable terreno de las suposiciones y la historia condicional; pero ¿acaso no son éstas las preguntas que todos los peruanos nos hemos estado haciendo desde entonces hasta hoy mismo? ¿Hemos podido, en verdad, compensar y superar hoy, en el siglo XX, la agresión de la conquista europea del siglo XVI con sus efectos desintegradores sobre la sociedad andina? ¿Las grandes mayorías nacionales han accedido verdaderamente a los adecuados niveles de poder?
De otro lado nadie estaba muy seguro a principios del siglo XIX donde comenzaba y terminaba el Perú. Las principales opciones al respecto podrían haber sido las siguientes:

  • El pequeño Perú reducido a la Audiencia de Lima con las restringidas fronteras borbónicas del siglo XVIII (sin los actuales departamentos de Loreto y Puno). De algún modo éste era el sueño o la pesadilla política de Bolívar quien estaba convencido que la Gran Colombia era imposible sin neutralizar al Perú.
  • El gran Perú austríaco con sus tres principales Audiencias (Quito, Lima y Charcas). Lo que de algún modo fue, según algunos, la fantasía máxima de Santa Cruz.
  • Una alianza o confederación entre Perú-Ecuador o por lo menos entre Perú y algunas secciones del sur ecuatoriano (Guayaquil, Cuenca, Loja). Era la alternativa de La Mar.
  • La confederación Perú-Boliviana buscada por Gamarra y Santa Cruz, quines rivalizaban por jefaturarla.
  • El Perú actual que resulta de una lucha defensiva permanente frente a distintas tendencias expansivas de sus vecinos en las diversas fronteras. Esta es la alternativa histórica concreta y realizada más allá de cualquier programación deliberada.


Siempre resulta fácil escribir la historia después de ocurrida y señalar los defectos de quienes fueron sus gestores. En caso de la posible unión Perú-Ecuador hay quienes sugieren que sus principales opositores no fueron los grancolombianos si no aquellos peruanos, como Gamarra, que deseaban la confederación opuesta hacia el sur, con Bolivia. A su vez para explicar el fracaso Perú-boliviano habría que tener en cuenta multitud de factores.
En primer término, el razonable temor peruano ante la debilidad y fracturación del Perú en dos entidades (norte, sur), que podría llevar a la incorporación del sur peruano a Bolivia (el Perú habría comenzado entonces del Río Pampas hacia el norte). En segundo término, el temor de Argentina-Chile, argumentando desde el punto de vista de sus respectivos intereses nacionales, ante el surgimiento de lo que habría sido el Estado más poderoso de Sudamérica. Estas son las razones principales pues habría muchas otras de menor importancia vinculadas a la pequeñez personal de algunos de los gestores de la historia republicana de ese tiempo. La historia del Ejército del Perú de esa época no hace más que expresar, en consecuencia, todo este proceso histórico global.
El Ejército Peruano estaba dividido en función de la simpatía o lealtad que sus oficiales conservaban a cualquiera de sus líderes (Gamarra, Salaverry, etc.). Entre civiles y militares peruanos podía haber en algunos casos una percepción de intereses más generales que los derivados de esa lealtad; pero era esta última la que al final predominaba. El correspondiente líder militar definía, con auxilio de ideólogos o colaboradores civiles, lo que en un momento determinado debía tenerse como el interés nacional; todos los demás, todos aquellos que reconocían el liderazgo de su caudillo, se limitaban a recibir y obedecer esa interpretación.
Podía ocurrir incluso que la intervención extranjera no fuese vista como negativa por el respectivo caudillo quien por el contrario podía llegar a solicitarla. Hay que reconocer, para disminuir en parte las responsabilidades, que esta internacionalización de los conflictos internos peruanos derivaba de un patrón de conducta que venía desarrollándose en el país desde por lo menos 1780 y más aún durante las campañas de la Independencia, que como todos sabemos fue una guerra interna a la vez que internacional.
El más profesional de estos militares peruanos fue sin duda Gamarra que asimismo tenía capacidad como gobernante. Pese a todo, como lo recuerda este libro, tuvo que enfrentar a 17 sublevaciones militares en su primer gobierno. Quizás su principal debilidad era la obsesión que tenía por vincular a Perú y Bolivia. A su muerte en 1841 se abrió un interregno de anarquía para el país que sólo fue cerrado por la hegemonía del general Ramón Castilla.
Entre 1845-1872 el Perú y su Ejército tuvieron una oportunidad excepcional para alcanzar altos niveles de modernización y desarrollo. Fue el tiempo de lo que Basadre ha llamado la prosperidad falaz basada en la exportación del guano y el salitre. No corresponde a esta presentación, ni tampoco al libro que comentamos, enjuiciar todos los aspectos de aquel periodo. Los autores de este volumen consideran que durante ese cuarto de siglo se efectuó (por acción de Ramón Castilla) un mejoramiento de las fuerzas armadas expresado en diversas medidas como el fortalecimiento de la Marina de Guerra, la modernización de las armas en el ejército y una activa política de fronteras.
A mediados del siglo XIX el Perú tuvo así una evidente superioridad sobre sus vecinos que, sin embargo, no era por sí sola suficiente para enfrentar a potencias de otro nivel, como ocurrió durante la confrontación con España en 1866. Habría a ese respecto que efectuar una investigación muy especializada para las décadas de 1860-70, con el fin de comprobar la medida en que los armamentos peruanos empezaban a estar desactualizados y superados por las compras que efectuaba Chile.
Aquí hay graves responsabilidades por establecer pues por muchas que fueran la dificultades económicas y presupuestales del Estados peruano bien hubiese podido por lo menos comprar los barcos que asegurasen su dominio sobre el Pacifico sur: Se ha calculado que hubiese bastado el 2% de los empréstitos obtenidos durante el gobierno de Balta para adquirir los buques que hubieran dado al Perú esa hegemonía sobre Chile. Por lo contrario, como lo dijo Miguel Grau en 1872, la escuadra peruana sólo llegaba a ser un «Museo de Arquitectura Naval»; y aunque las autoridades peruanas fueron oportunamente informadas sobre la construcción en Londres de embarcaciones chilenas, nada hicieron. Es cierto que el congreso autorizó a Pardo «gastar dos millones de soles en la adquisición de dos acorazados superiores a los chilenos»; pero una junta de expertos, según recuerdan los autores de este libro, desaconsejó esa compra dando opiniones «sorprendentemente tranquilizadoras».
No era mejor la situación en el ejército pues, como en forma muy condensada, también señalan los autores, teníamos los peruanos, un total de 27 marcas diferentes de fusiles «lo que puede dar idea del tremendo problema logísticos que planteaba esta variedad». De nada servía en medio del caos aumentar los gastos militares como lo hizo Pardo cuando duplicó el presupuesto de Balta para el Ejército y la Marina; pues de aquellos totales casi la mitad era destinada al pago de lista pasiva, mientras que al material militar sólo se le destinaba entre 7-13%.
En el orden político interno uno de los hechos de consecuencias más negativas fue el desacuerdo ocurrido entre, de un lado, el líder de civilismo Manuel Pardo y, del otro, algunos de los principales jefes militares. A lo cual debemos añadir una extrema división entre los civiles peruanos por la rivalidad Piérola/Pardo. En su afán de impedir un renacimiento del militarismo Manuel Pardo debilitó al Ejército. Entre tantas medidas podemos mencionar la formación de una fuerza paralela (Guardia Nacional) y sobre todo la reducción de los efectivos militares, sin acompañarla con una efectiva modernización. En su favor hay que mencionar medidas en beneficio de la tropa (Escuela de primeras letras, Escuela de Cabos); y en su descargo habría que mencionar la crisis económica gravísima y generalizada que heredó de gobiernos anteriores.
Pero quizás la mayor contribución de Manuel Pardo, con efectos involuntariamente negativos, fue la articulación de una política internacional peruana sujeta al objetivo económico de que el Perú llegase a controlar el mercado mundial del salitre mediante un modelo de intervención estatal (estanco, expropiaciones). Esto significaba un desafío tanto a Inglaterra, como potencia dominante en tal mercado, como a Chile, que tenía cuantiosas inversiones en las salitreras bolivianas. Para respaldar esta política Manuel Pardo no adoptó ninguna medida a favor del rearme peruano. Prefirió la vía sesgada de negociar un tratado defensivo con Bolivia, que también debía incorporar a la Argentina.
Desde la perspectiva chilena, ese tratado defensivo era interpretado como ofensivo, pues tenía dos características, que combinadas resultaban peligrosas pera ese país: a) Pretendía establecer un cerco mediante un acuerdo militar-diplomático entre los dos únicos países limítrofes de Chile (Bolivia-Argentina); b) Ese acuerdo era gestionado no en forma bilateral por aquellos vecinos si no por un tercer país (Perú) que no tenía fronteras con Chile; por lo menos fronteras físicas visibles, aunque sí las había en términos económicos, la frontera del salitre.
No quisiera sin embargo, continuar con estos análisis acerca de la Guerra del Salitre, cuyos efectos siguen pesando sobre el Perú, en especial como una advertencia para evitar su repetición. A ese respecto quizá podemos sugerir una regla segura: cualquier riqueza natural peruana, próxima a sus fronteras, es una riqueza potencialmente en peligro. Por diferentes razones no creo poseer las condiciones necesarias (informativas, emocionales) para que ese análisis tuviera alcances objetivos a la vez que formativos hacia el futuro.
Perdida la guerra, por obra, omisión e incompetencia de tantos, las necesidades históricas del país impusieron el sacrificio político del general Andrés Avelino Cáceres, el gran caudillo de la Resistencia. Con frecuencia se ha ocultado el hecho que en 1883, inmediatamente después de la derrota, el Perú estuvo al borde de una guerra social, de un conflicto que no habría tenido signos exclusivamente políticos, si no que más bien podría haber terminado en una contienda generalizada, de clases pobres contra clases ricas. Cáceres lo advirtió en los medios rurales que apoyaron su heroica campaña contra Chile. No quiso, sin embargo, estimular ese desarrollo, quizás porque creía que de hacerlo hubiese escapado a todo control. Si Cáceres hubiese respaldado las tomas de tierras, por los indígenas de la sierra central, se hubiera desatado en todos los Andes (quizás no sólo en el Perú) una ola de revoluciones agrarias, que probablemente hubiesen sido muy reprimidas y después de una sangrienta guerra civil contra Cáceres y los indios se hubiesen levantando una alianza multiforme de todos los poderosos del país.
¿Lo hubiere ganado Cáceres?
No eran menos conflictivas las relaciones entre los sectores urbanos. Hay diferentes testimonios de observadores peruanos y extranjeros sobre la cólera, el odio y resentimiento que las clases pobres y las clases medias de las ciudades tenían contra los ricos, que no sólo habían sobrevivido a la guerra con sus fortunas intactas si no que en algunos casos hasta las habían aumentado. El pueblo limeño señalaba con desprecio a quienes tuvieron entre 1884-1890 el impudor de construir enormes palacios gestados con negocios y negociados de la guerra.
Estas clases ricas, que eran en definitiva las principales responsable de la derrota bélica, escondieron entonces sus ambiciones políticas y prefirieron ceder a favor de Cáceres posiciones de poder, que en aquel momento sólo significaban esfuerzos y dificultades. Cáceres no rehuyó este desafío y quizás contra sus convicciones más íntimas se vio obligado a pactar y negociar con diferentes políticos tradicionales peruanos. Su objetivo era recuperar los territorios perdidos en la guerra. Y a esta obsesión patriótica, que a la postre se mostró irrealizable, sujetó toda su política interna e internacional, incluyendo el orden económico. Por esta razón, incluso aquellos de nosotros que no estamos de acuerdo con algunas de las medidas que adoptó Cáceres acerca de la deuda externa, debemos reconocer que estas medidas fueron consecuencia inevitable del punto de partida y el objetivo básico de su gobierno para saldar los resultados de la guerra.
Los últimos capítulos de este volumen están destinados a estudiar la modernización del ejército iniciada por Piérola y presentar luego unas consideraciones finales sobre el desarrollo institucional del Ejército del Perú en el siglo XIX. Esas páginas merecerían una reflexión aparte pues han sido escritas no sólo con emoción sino también con un intento de objetividad. De algún modo resumen la actitud, el método y las características generales que sus autores han sabido mantener en el curso de todo el libro. En todas las materias científicas cabe la discrepancia; mejor dicho la discrepancia resulta indispensable. No puede por consiguiente aspirarse a un consenso absoluto en materia histórica. En cualquier caso los autores de este volumen han revelado un alto nivel profesional, como investigadores sociales, unidos a la claridad de la exposición y a la objetividad con que describen y analizan la historia institucional del Ejército Peruano.

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* Prólogo a “Historia General del Ejército del Perú. EL Ejército en la República: Siglo XIX” de Teodoro Hidalgo Morey, Lourdes Medina Montoya, Guillermo Sánchez Ortíz y Manuel Gálvez Ríos. Comisión Permanente de Historia del Ejército del Perú, Lima, 2005, pp. 1-10.

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Lagrimas del Piri - Piri

Rember Yahuarcani López

Los Aymeni son una memoria a la defensiva que Rember Yahuarcani nos muestra con esta primera exposición suya de pinturas sobre Llanchama. Organizar recuerdos y colores ha sido para Rember una tarea difícil. Su padre, con apellido quechua, proviene en realidad de los Cocama dispersados gravemente por la colonización criolla más que española. La familia de su madre proviene de Aperuaté a medio día de río hacia el Brasil desde el pueblo de Pebas. El núcleo más sólido lo representa su abuela Jañao. (Flor en su idioma) que recuerda con agravio el abuso de los patrones. Jañao rechaza el nombre de Huitoto que significaría “Hormiga peleona de combate” y les habría sido impuesto por los patrones para decir que era gente que discutía y peleaba mucho entre ellos mismos, igual que las hormigas. La abuela de Rember dice que el verdadero nombre de su gente es Aymeni que significa “Hombres de la chorrera”. Parecería que los Aymenis pueden haber tenido algunos numerosos clanes al igual que los Boras o Ticunas, clanes profundamente alterados por la actividad cauchera. Decenas de jefes o curacas de diversas etnias tuvieron hacia 1920 que dirigir a sus clanes de un lado a otro de Colombia, Brasil, Perú empujados por los colonos. Los huitoto aymenis podrían haber tenido entonces héroes epónimos rigurosamente históricos como tuvieron los Bora en la gran figura del curaca mayor Mibeco.
La pintura fue una experiencia muy temprana para Rember. En eso hemos crecido nos dice porque ya desde 8 – 9 años ayudaba a su padre Yahuarcani en la preparación de la corteza y pigmentos. Su padre lo animaba a colorear por su cuenta, sobre todo paisajes y animales. Pero en las conversaciones de familia durante los obligados descansos de la noche, Rember con el tiempo prefirió abandonar esa temática y explorar el mundo de la magia y las costumbres todavía practicadas. Esta ha sido su tarea desde 2001 y con ella vino a la exposición La Serpiente de Agua – Lima 2003.
Con esta exposición de Rember nos encontramos ante una verdadera tradición pictórica que llamaríamos Escuela de la Llanchama cuyo primer difusor en Lima fue el artista Bora Victor Churay. ¿Qué son las Llanchamas? Por lo pronto para Rember serían JIGAFE, son cortezas que proceden de diferentes árboles. Las más conocidas se obtienen del Ojé y del Caucho Macho que originan dos resultados diferentes en color (más oscuro la del caucho macho). El Ojé, conocido en toda la Amazonía, es utilizado principalmente como vermífugo. Rember insiste, sin embargo, que la mejor corteza no se obtiene del Ojé o del Caucho Macho sino del Renaco de altura. Por lo pronto la textura es mucho más fina, pero además su aprovechamiento es mayor porque puede ser utilizado el árbol en toda su altura y no sólo a la mitad. Para obtener la Llanchama existen procedimientos muy rigurosos. Por lo pronto la extracción debe ocurrir en Luna llena. Luego de cortar el árbol se desprende la corteza y con el lomo del machete se le empieza a extender. Después hay que machacar con piedra de batán y lavarla con agua caliente porque el agua fría no saca la resina y la Llanchama queda oscura. Al final el producto se deja secar al sol. Todo este proceso puede durar hasta cuatro días con la intervención de casi todos los miembros de una familia. También resulta trabajoso obtener los colores: el rojo de un tipo de achiote, y el anaranjado de otro, el color negro y azul viene del Huitillo, el verde de la hoja de Retama o Pifayo, el amarillo del Guisador. Para cada uno de estos pigmentos hay procesos especiales: para el negro del Huitillo hay que enterrarlo en el barro quince días y extraerlo cuando está dispuesto mientras que el azul se obtiene con la cáscara fresca y sin enterrar. Asimismo la Retama solo da el verde cuando se remoja en agua para exprimirla después. El amarillo es un poco más trabajoso: hay que utilizarlo fresco, poner al Guisador hasta que se vuelva líquido y al final mezclarlo con leche de caspi.
Estos son los materiales utilizados por Rember Yahuarcani para esta exposición dentro de la cual podemos distinguir dos conjuntos muy diferenciados. Primero las expresiones mitológicas que incluyen varias propuestas temáticas. Una de las obras plantea el marco general describiendo los diferentes espacios del universo. Dentro de la misma órbita están las pinturas sobre chamanes: los chamanes convertidos en Otorongo para matar a sus enemigos; los chamanes trasfigurados en diferentes seres después de su muerte. A medias entre la realidad cotidiana y lo mágico estaría el encuentro de los cazadores con una sierpe de dos cabezas. No falta por último el tema de los Dueños (de planta o animales) que otros pintores amazónicos también han explorado durante los últimos años (Canayo/shipibo; Casanto/asháninca).
Rember tiene delante suyo varios caminos y quizás deba recorrerlos todos al mismo tiempo. No es ni tiene porque ser visto ni llegar a ser un pintor folclorista. Menos todavía podría olvidar lo suyo, lo de siempre para pretender convertirse a lo moderno. Quizás en el futuro unifique más bien esas dos propuestas en un solo conjunto de color y figura.

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* Presentación a catálogo de la exposición Lágrimas del Piri-Piri de Rember Yahuarcani López. Biblioteca Nacional del Perú. Lima, setiembre 2004.
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